23/ Agosto/2019
La vecindad
Lo primero que viene a la mente al pensar en “La Vecindad de El Chavo” es el famoso grupo de personajes, pero todos los que hemos disfrutado de ese maravilloso programa recordamos también los espacios y los objetos que componen la escenografía y la ambientación –por ejemplo, el barril, la sala de doña Florinda o el comedor de don Ramón–, testigos mudos de las numerosas escenas que tanto nos han divertido a través de los años. Con el tiempo, estos elementos experimentaron algunas variaciones –¡después de todo, la serie se grabó durante más de dos décadas!–; aquí, te platicaremos algunos de esos cambios.
En los primeros episodios, el patio de la vecindad era de dimensiones enormes, a pesar de que el elenco era bastante reducido. La zona de lavado, por ejemplo, estaba orientada de frente a las cámaras; ese detalle agrandaba mucho el patio, así que muy pronto se decidió modificar la posición de los lavaderos para reducir el tamaño de la pared que se encuentra entre las escaleras y la casa de doña Florinda.
En cuanto a la distribución de las casas, don Ramón y la Chilindrina vivían en la que más tarde ocuparían doña Florinda y Quico. Nunca se mostró el interior de este lugar; cuando abrían la puerta –marcada con el número 14–, se veía una pared y nada más –el recurso de sólo colocar paredes se utilizó todo el tiempo, cuando la historia únicamente requería del patio.
En aquellos primeros años, la ambientación del patio era muy austera, con muy pocos elementos decorativos –¡incluso había ocasiones en que ni siquiera aparecía el barril de El Chavo!–, lo cual lo hacía parecer un lugar frío, sin identidad propia. Cuando la serie comenzó a tener éxito –lo cual sucedió muy pronto–, llegaron los nuevos inquilinos y Chespirito volvió a distribuir las casas con el propósito de dar más dinamismo a las escenas. Fue entonces que doña Florinda y Quico ocuparon la casa número 14; doña Clotilde, la 71; don Ramón y la Chilindrina, la 72; y Jaimito, el cartero, habitó la vivienda de la planta alta, marcada con el número 34. Nunca se supo la razón de ese desorden en la numeración de las casas; lo que sí es un hecho, es que al principio los números estaban pintados sobre las puertas y después fueron sustituidos por piezas metálicas.
Para mejorar la ambientación del patio –con el objetivo de darle más vida y calidez–, se colocaron muchas plantas, flores, jaulas y prendas de vestir que aparecían colgadas en el tendedero, sin que se supiera a quién pertenecían –aunque, como la ropa estorbaba el desplazamiento de los personajes, terminaron por quitarla cuando el guión no la requería.
A pesar de que todos estos elementos hicieron más agradable el patio, había algo que seguía dándole un aspecto triste: las paredes lucían sucias y despintadas –incluso, en algunas partes podían verse los ladrillos–, así que, en 1977, Chespirito escribió un programa –dividido en dos episodios– en el que los niños, jugando con barro, manchaban las paredes, el piso, las puertas y las ventanas de todo el patio. Este programa sirvió para dos propósitos: el primero –el más importante–, fue el de crear divertidas situaciones en las que se involucraran todos los personajes –unos, recibieron auténticos baños de agua fría; otros, brochazos de pintura, y otros más sufrieron caídas por el piso resbaloso, lleno de jabón–; el segundo fue el de aprovechar las situaciones que se proponían en el guión para lavar y repintar las paredes y las puertas. A partir de entonces, aunque nunca perdió ese toque de clase baja, el patio de la vecindad lució más cálido, lleno de color y de vida, y así permaneció hasta el último día de grabación.
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