15/ Mayo /2019
“Conociendo al profesor Jirafales”
Esta semana, en la que celebramos a todos los maestros de México, queremos dedicar la siguiente entrada a uno de los más queridos: ¡el profesor Jirafales!
Su primera aparición fue en el sketch titulado “Los supergenios de la mesa cuadrada” –parodia de los programas de mesa redonda–, en el que participaban el ingeniebrio Ramón Valdés y Tirado Alanís, el profesor Jirafales y el doctor Chapatín.
Cuando Roberto Gómez Bolaños creó el programa El Chavo del Ocho, pensó que debía haber una escuela para los niños de la vecindad y, por lo tanto, hacía falta un maestro. Chespirito decidió integrar al profesor Jirafales, pero antes hizo algunos cambios; el personaje original era muy regañón y enojón –a veces, hasta un poco agresivo–, y él necesitaba un maestro de primaria que se preocupara por la educación de sus alumnos, así que se reunió con Rubén Aguirre para pensar cómo podrían suavizar un poco al personaje. Lo que permaneció intacto fueron el traje, el chaleco, la ancha corbata –que, por cierto, se llama plastrón–, el bigote recortado y el infaltable puro.
El eterno romance entre el profesor Jirafales y doña Florinda surgió de la necesidad de humanizar a este personaje, pues el público comenzaba a reaccionar de manera negativa ante esa villana que cacheteaba a don Ramón y despreciaba a la gente pobre llamándola “chusma”. Entonces Chespirito propuso que cuando doña Florinda viera entrar al profesor Jirafales a la vecindad, con un ramo de flores en las manos, el mundo “se detuviera” y comenzara aquel conocido y cursi diálogo:
—¡Profesor Jirafales!…
—¡Doña Florinda!…
—¡Qué milagro que viene por acá!
—Vine a traerle este humilde obsequio…
—¡Ah!, pero… no se hubiera molestado. ¿No gusta pasar a tomar una tacita de café?
—¿No será mucha molestia?
—¡De ninguna manera! Pase usted.
—Después de usted…
Su relación se mantuvo siempre en ese tono, sin pasar nunca de lo que vimos en cada programa: una especie de amor platónico –lleno de miradas, suspiros y piropos– que nunca llegaron a confesar.
Rubén Aguirre siempre decía que no le costaba trabajo hacer el papel del profesor Jirafales porque era igual a él: vanidoso, cursi, romántico y soñador. ¡Se parecían tanto que podía interpretar a su personaje casi sin estudiarlo! Por cierto, la famosa expresión de Jirafales cuando lo hacían enojar, la tomó de Wenceslao “Chelayo” Rodríguez –un profesor que tuvo en la secundaria–, quien gritaba “¡ta, ta, ta, ta, ta!” cada vez que sus alumnos lo sacaban de quicio.
Cuando el grupo realizaba presentaciones en vivo, Rubén acostumbraba regalar fotografías en las que aparecía con su puro en la boca. En una ocasión, durante una gira por Panamá, se le acercó el hijo del entonces presidente Demetrio Basilio Lakas; el niño le pidió una foto que, con mucho entusiasmo, fue a enseñarle a su papá. El presidente se acercó y le preguntó a Rubén: “¿Cómo? ¿Usted fuma puro?” Cuando le contestó que sí, Lakas dijo: “Si me lo permite, le voy a regalar unos puros; me los obsequió Fidel Castro, pero yo no fumo”, ¡y luego le dio un paquete de Cohíba Splendid que valían una fortuna!
Durante más de treinta años, nuestro querido profesor llevó diversión a toda Latinoamérica con el “El circo del profesor Jirafales” –no es que Rubén fuera dueño de un circo, no… lo que pasaba es que algunos grandes empresarios de ese medio lo contrataban para que presentara su espectáculo, en el que había canciones, concursos y muchas risas. Como tenía un gran corazón, cada vez que Rubén llegaba a un nuevo país para trabajar con el circo, le pedía al empresario que lo había contratado que lo llevara a un hospital infantil; entonces, el profesor Jirafales en persona, cargado con globos y juguetes, iba de cama en cama visitando a los niños enfermos y diciendo “¡ta, ta, ta, ta, ta!” para hacerlos reir.
Sin lugar a dudas, los episodios de la escuelita del Chavo seguirán diviertiendo a jóvenes y adultos con la ingeniosa dinámica que todos conocemos: el profesor Jirafales comienza la clase e intenta enseñar algún tema, luego los niños responden mal a sus preguntas o hacen comentarios disparatados, el profesor pasa del desconcierto al enojo y al final, termina rendido o llorando –literalmente– por la frustración. Pero a pesar de todos los momentos difíciles que le hicieron pasar sus alumnos, tuvo siempre la paciencia necesaria para explicar varias veces la misma cosa, mostró tener un gran conocimiento de todas las materias –¡llegó a dar lecciones de inglés y hasta de guitarra!– y, sobre todo, ejerció su heroica vocación de maestro con gran cariño, honestidad y dedicación. ¡Feliz día del maestro, querido profesor Jirafales!
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